CUENTOS DE ASUN BATLLE

 

I

ANGUSTIAS PENAS

 

II

MANOLO GALLO

 

 

 

 

 

 

I

ANGUSTIAS PENAS 

Angustias vivía en una urbanización de alto standing, de estas con innumerables piscinas y jardines laberínticos con puentes y arcadas que llevaban a los distintos súper apartamentos… y por los que Angustias había transitado, perdida y angustiada al principio de mudarse, buscando su propio apartamento.

 

Manolo, su marido, había triunfado.

 

En él no quedaba nada  del chico moreno y enjuto, que aprovechando sus conocimientos de paleta había reformado la casita donde vivieron al casarse y en la que Angustias se sentía tan a gusto.

 

Allí nacieron sus tres hijos y allí empezó la fulgurante ascensión de Manolo a bordo de la colosal burbuja que él contribuyó a hinchar. 

 

En su ascensión Manolo incorporó las maneras que asociaba con el triunfador: un tono arrogante y firme, gestos campechanos de “superior” simpático, unos cuantos kilos, fruto de los negocios acordados en  restaurantes (y que desgraciadamente se concentraron en su tripa)  trajes a medida y unas gafas de sol muy, muy negras.

 

Angustias vivió el inicio de la ascensión familiar sin casi enterarse, abrumada por sus ajetreados días de ama de casa con niños pequeños y sin dinero para permitirse una asistenta. Se afanaba para solucionar todos los problemas diarios, para no molestar al pobre Manolo que se mataba trabajando.

 

El pobre Manolo en estos primeros tiempos había alquilado un despacho, comprado un coche, conocido gente influyente y caído en la cuenta de que  él podía participar de la suculenta tarta que unos pocos se repartían.

 

Los ambientes a los que accedía y la gente que trataba aunque no muy refinados, le hicieron ver que el barrio en el que vivía no era el adecuado para sus ambiciones. También observó que su mujer no tenía el aspecto que correspondía a la pareja de un triunfador, y que sus hijos debían cambiar de escuela e ir pensando en carreras universitarias.  

 

La primera premisa se solucionó con la compra de un apartamento en un complejo faraónico en cuya construcción había intervenido. La segunda, se resolvió proporcionando una asistenta para ayudar a su mujer y presionando a ésta para que fuera a la peluquería, al gimnasio y a las boutiques exclusivas. La tercera fue más fácil, eligió una  escuela de élite  donde matriculó a sus hijos como paso previo a la Universidad.

 

Angustias se resistía a los cambios, especialmente a los que le concernían, los hijos iban creciendo y le daban menos trabajo, le gustaba el barrio, la casa en que vivía  y las amigas con las que compartía una vida parecida.  No le hacía ninguna falta una asistenta que además le parecía que devaluaba  su trabajo de ama de casa. Además nunca había pensado que podía gastar dinero en sí misma. Manolo no había compartido con ella unos ingresos que ganaba e invertía sin dar explicaciones. La presión de su marido para que se cuidara más en lugar de halagarla, la hizo sentirse insegura y perder confianza en su aspecto.

 

Los hijos ya estudiaban en la universidad y no vivían con los padres. Las pocas veces que aparecían no compartían con ella, aunque tampoco con su padre, sus vivencias. La instrucción que recibían y en menor medida la cultura que los barnizaba era tan distinta de la que tenían sus padres, que la distancia que los separaba se había convertido en un foso insalvable.

 

La nueva Angustias rubia y bien peinada, enfundada en vestidos  ceñidos  y tacones altos, se operó el pecho (siguiendo el consejo de su peluquera), cuando intuyó que Manolo tenía una amante, y se hincho los labios cuando supo con certeza que había comprado un  piso a una chica muy joven. 

 

Nunca había vuelto a ser ella misma  desde que, como decían los demás,  habían triunfado. Aunque en realidad ella nunca había pensado en cómo era sino que simplemente vivía y hacia lo necesario según las circunstancias.

 

Era ahora precisamente cuando no sabía qué hacer, la trama de su vida  no le pertenecía. Nunca se había adecuado al nuevo entorno, se sentía ajena, insegura y desgraciada. Además Manolo pasaba muchos días sin aparecer por casa  y cuando lo hacía era peor porque para disimular su malestar se volvía, desdeñoso, malhumorado y agresivo.

 

Angustias siempre había sido de pocas palabras así que un día sin dar explicaciones, abandonó su lujosa vivienda y regresó a la que consideraba su casa.

 

Volvió a sentirse dueña de sus actos en su propio ambiente,  aunque le costó  recuperar a sus antiguas amigas que medio la envidiaban, cuando veían su nuevo aspecto y medio la compadecían, porque creían que su marido la había abandonado.

 

Lo que más le fastidiaba a Angustias era precisamente su nueva imagen: le incomodaban sus híper pechos y sobre todo los abultados labios. Pensaba  que la  afeaban y además, le impedían modular bien las palabras… pero era difícil y caro deshacerse de los volúmenes adquiridos y ahora no podía permitírselo.

 

Mucho más fácilmente se deshinchó la burbuja inmobiliaria y con ella el mundo de las altas finanzas en que se movía Manolo y que le obligó a regresar después de unos años en la cárcel…

Pero esto ya es otra historia… y Angustias era ya otra mujer.

 

Asun Batlle

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II

MANOLO GALLO

Manolo era un chico listo. “Muy apañado” como decían en el barrio. Se le daban bien los arreglos y tanto hacia de albañil como de lampista o echaba una mano de pintura donde hiciera falta.

 

Tenía ambiciones y muy buena opinión de sí mismo: “Yo me hago respetar” era una de sus frases favoritas. Cuando se casó con Angustias, una chica  agraciada, sencilla y discreta, quiso dejar desde el principio las cosas claras: En su casa se hacía lo que él decía y no había más opinión que la suya.

 

Las cosas iban bien, la familia creció, Angustias era una mujer que sabía estar en su sitio, es decir a su servicio y al servicio de los hijos.

 

Ya que los mantenía a todos y cada vez mejor, Manolo, que tenía que soportar las exigencias de sus patronos, era también exigente al llegar a casa. Criticaba la comida,  era quisquilloso con la limpieza y sobre todo con la educación que Angustias daba a sus hijos que jugaban y alborotaban molestando su descanso, (el de Manolo).

 

Cuando el trabajo aumentó tuvo que pedir ayuda a un sobrino, después   a un vecino jubilado y más tarde a dos chicos que habían aprendido el oficio. Entonces montó una empresa y empezó a ser conocido en el sector. Su gran momento llegó cuando a través de un constructor importante conoció al regidor de urbanismo.

 

Este hecho lo catapultó a la cima. Al año de intervenir en importantes operaciones inmobiliarias se dio cuenta de la cantidad de dinero que podía llegar a ganar si jugaba bien sus cartas.

 

Inconscientemente asumió el aspecto que consideraba adecuado a su creciente importancia, supo ser adulador y la vez servicial con los personajes importantes que, a cambio,  lo trataban con campechanía y le ofrecían suculentos porcentajes en negocios concertados en buenos restaurantes. Y sobre todo, lo que más le halagaba era la confianza que le demostraban, hasta el punto de que en ocasiones le pedían que firmara en su nombre, importantes operaciones financieras.

 

Manolo estaba exultante, además de ser un hombre al que se valoraba,  vivía en un complejo inmobiliario despampanante. Tenía tres coches, dos para él (uno descapotable) y otro para los chicos aunque, desde  que estudiaban en la universidad, casi nunca  iban por casa.

 

Ésta era una de las cosas que le fastidiaban: la ingratitud de su familia, sus hijos no le contaban nada y sólo sabían pedirle dinero. Para colmo, aunque no le gustaba admitirlo, notaba que lo miraban con cierta superioridad y que no les gustaba presentarlo a sus amigos.

 

Su mujer, sin embargo era la peor, Angustias era una desagradecida incapaz de valorar  lo que él había conseguido y la buena vida que le daba. No solamente no se mostraba feliz sino que en algún momento se había atrevido a preguntarle de donde salía tanto dinero. Como si ella fuera capaz de entender nada de negocios… Claro que después del bufido que le pego seguro que nunca más se atrevería a preguntarle nada.

 

Angustias, ahora se daba cuenta, no era la mujer que le convenía. A él le gustaban las mujeres con personalidad y no éstas bobas sumisas que no  decían lo que pensaban y sólo sabían poner cara de resignación y pena.  

 

A él le gustaban las mujeres como Nati, moderna y desparpajada, que sabía tratar a los hombres utilizando sus armas de mujer y haciéndoles sentir únicos. Sólo le fastidiaba que  Nati  fuera sobrina de la peluquera de su mujer, aunque Angustias con lo corta que era, seguro que no se enteraría.

 

Sin embargo, su mujer fue capaz de sorprenderle en una ocasión: le pidió dinero para ir a un balneario, (cosa a la que accedió encantado porque así podría estar con Nati sin tener que disimular), pero le había mentido. En realidad estuvo en una clínica para ponerse implantes de mama.

 

Con la novedad Manolo recobró el interés sexual por su mujer y además hizo un descubrimiento importante: los turgentes pechos de Nati tampoco eran naturales. Sintiéndose estafado, rompió con Nati y en el futuro dirigió su interés a muchachas muy jóvenes que no le dieran gato por liebre.

 

Surfeando a bordo de la burbuja inmobiliaria,  enamorado hasta el tuétano de una nueva amante,  “su preciosa muñequita” como él la llamaba de sólo 19 años, Manolo era un hombre enajenado encerrado en su propia burbuja de felicidad.

 

No la enturbió el hecho de que Angustias se hubiera marchado.  Desde que vivía su gran amor apenas la veía, procuraba evitarla porque le ponía nervioso y malhumorado su expresión triste y desconcertada. Para colmo tenía un aspecto muy raro, quizá se había caído porque tenía los labios muy hinchados… aunque mejor no preguntar ni  darse por enterado.

 

El cambio de ciclo económico casi no le afectó al principio. No podía creer en las aves de mal agüero que predecían el final de los buenos tiempos. Si, era cierto que se empezaban menos obras y resultaba más difícil cobrarlas, pero seguro que era una racha transitoria. Sin embargo, pronto, los sucesos se desencadenaron: Los bancos ya no ofrecían  préstamos a larguísimos plazos. Las hipotecas, de acuerdo con las condiciones escritas en letra pequeña y nunca comentadas, permitían subir los intereses y eran intransigentes con el impago de las cuotas.  Los complejos, las casitas adosadas, los apartamentos y las segundas residencias  ya no se vendían. Las obras en marcha se paralizaban y se convertían en futuras  ruinas  arqueológicas.

 

La gente se rebelaba contra los bancos y los políticos intocables, porque eran ellos quienes perdían no solamente sus casas, sino también el dinero que habían invertido en ellas. El  malestar social casi no afectó a la banca, la parte más poderosa,  pero sí  a los políticos poniendo al descubierto componendas y corruptelas.

 

Manolo ya no era el mismo, sus amigos importantes estaban siempre reunidos  cuando les llamaba. Su colega, como le gustaba llamar al regidor de urbanismo, apareció en los periódicos como inculpado y en la misma noticia aparecía su nombre. Si, allí estaba por fin su nombre: Manuel Gallo  Gris entre los personajes famosos, ¡tuvo que leerlo dos veces hasta asumir las alturas que había alcanzado!

 

Pronto, pero, tuvo que pinchar su propia burbuja de triunfador, había sido un listillo poco escrupuloso y fanfarrón,  manipulado por otros listos bien asesorados, que sabían cómo  moverse en el terreno de la estafa sin infringir las leyes. Dentro de la desgracia, le gustó ser reconocido como “cerebro” de muchas operaciones fraudulentas, en realidad él no sabía ni de que se trataba, pero es posible que hubiera ideado más operaciones de las que creía…

 

Su nombre en diversos documentos lo atestiguaba y su firma confirmaba también sus responsabilidades.

 

El regidor de urbanismo ofendido por la falsa acusación, convocó una rueda de prensa defendiendo su inocencia, respaldado por su partido que lo apoyó sin fisuras y le ascendió a ministro.

 

Manolo mientras, vivió el derrumbe de su fortuna, el abandono de “su muñequita”, amigos y familia y tuvo que soportar las innumerables citaciones y juicios que le llevaron a la cárcel. 

 

Cuando salió era otro hombre. La cárcel le dio tiempo para reflexionar  y la reflexión le volvió taciturno, amargado y lleno de rencor.

 

En plena depresión regresó a su casa de recién casado. Le pareció más bonita de lo que recordaba y su mujer también parecía distinta. Había montado un pequeño taller de costura para hacer arreglos y se veía segura y decidida.

 

Angustias le acogió con frialdad y le enseñó su dormitorio. Dejo claro que podía quedarse hasta que encontrara un trabajo y pudiera costearse otra vivienda.

 

Manolo enrojeció de rabia, se puso a gritar como un energúmeno hasta que vio aparecer en la cara de Angustias una sombra de la expresión temerosa y apocada que la caracterizaba. Exasperado y fuera de control,  furioso contra todos especialmente contra aquella mujer que sin él no era nada, pero que sin embargo no había naufragado, Manolo la apartó de un empujón y corrió a la cocina. 

 

Volvió con un cuchillo. Antes de clavarlo vio cómo Angustias le esperaba con una mirada tan firme y serena que le dejó paralizado.

Asun Batlle

  

 

         

 

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