(FRAGMENTOS, PRESENTACIÓN OBRA)

 

    20 Relatos con contenido

           Santiago Salcedo.

 

                                                        ÍNDICE

 

Relato nº 1 Vanidad de vanidades         3

Relato nº 2 Pompas de jabón                  8

Relato nº 3 ¿Ovnis?                               34

Relato nº 4 La 1ª vez que miré el Cielo 51

Relato nº 5 Un mundo distinto              53

Relato nº 6 León el tertuliador              56

Relato nº 7 Los siete sellos de Abeján    59

Relato nº 8 Un deseo cumplido              69

Relato nº 9 Quimera                              76

Relato nº 10 Raúl y Telemágica            79

Relato nº 11 Aquellas Navidades           91

Relato nº 12 El espejo de Penélope       104

Relato nº 13 Tolón, el niño que quer    110

Relato nº 14 Un reino de fábula           115

Relato nº 15 Terrible dilema                 117

Relato nº 16 Célula Humana                120

Relato nº 17 Visita a un museo, algo     128

Relato nº 18 Un ejecutivo con poca       132

Relato nº 19 Una enfermedad extraña  140

Relato nº 20 Morirse de viejo o de abu  145

 

 

 

RELATO nº 1

 

VANIDAD DE VANIDADES

Barcelona 1994.

 

En un llamativo escaparate adornado con sus mejores galas navideñas, se ofrecen a la curiosidad "mercanticida" de la gente, los productos que, angustiados y silenciosos aguardan, luciendo su mejor apariencia y forma como corresponde en las fechas tan destacadas que se celebran, un dueño digno que les dé vida.

 

     En medio de la innumerable lista de objetos de regalo que la tienda presenta, destaca brillante y rutilante la estrella de todos ellos, una esbelta pluma de reluciente y dorado plumín. Descansa indolente en un mullido y blanco lecho de satén, todo él guardado en un pulido y bien trabajado estuche chapado en oro. Su cabeza, al descubierto, muestra la nobleza de su arte en unas formas perfectas, talladas en oro de ley, terminada en una puntiaguda corona de reluciente platino, adornada con dos minúsculos diamantes cuyos destellos traspasan los cristales del escaparate, llamando la atención de los que se aproximan a verlo. Su cuerpo vestido de elegante negro, aprieta su cintura un dorado anillo que soporta el sello de su noble abolengo, también de oro. Su parte inferior enfundada en recio capuchón acabado con otro diamante de mayor calibre.

 

     Al pie de esta deslumbrante joya, hay un pequeño escrito, enmarcado elegantemente, en el que se anuncia a todos los que admiran tanta belleza, que es una pieza única de la que sólo hay en el mundo 320 ejemplares porque es "una serie numerada". Vana tontería ésta. ¿Acaso importa para el buen funcionamiento de este objeto, que otros tengan o no tengan el mismo utensilio? ¿O es que el hecho de que sean contados en el mundo, los "privilegiados" que tienen una pluma como ésta, influirá en la calidad literaria que salga de su tinta de "sangre azul"?

 

                ¡¡VANIDAD DE VANIDADES!!

 

     Más abajo su precio destaca hiriente para la insaciable hambre de compra de la innumerable gente que la admira: TRESCIENTAS TREINTA Y CUATRO MIL PESETAS.

 

     Apartado de tanto esplendor y elegancia, en un rincón del distinguido escaparate, semioculto por otros objetos de importante valía, hay un sencillo y transparente estuche de plástico vulgar y corriente, que permite ver en su interior un humilde "boli", que se ofrece a la venta con un precio irrisorio de OCHENTA Y CUATRO PESETAS. Es muy probable que esté ahí, ocupando un escaparate de gala, por un involuntario olvido de la persona encargada de prepararlo y adornarlo para tan significativas fiestas de Navidad o, bien, como contraste humillante para resaltar aún más, si cabe, la diferencia entre la riqueza y la pobreza. La verdad es que hay que fijarse con mucho detalle, para darse cuenta de su mísera existencia. 

 

     Llega el potentado de turno y compra la bella y reluciente pluma estilográfica; pero al reparar en el insignificante bolígrafo de plástico se le ocurre una idea que pone inmediatamente en práctica. Ordena que se lo envuelvan, también, con el mismo lujoso envoltorio que la elegante pluma. La empleada que la atiende lo mira extrañada; pero cumple diligentemente su deseo. El potentado y su familia se reúnen en torno al árbol en la Noche Buena. Desparramados alrededor del grande y bien adornado abeto, están los abundantes obsequios; cada uno luciendo sobre su lomo el nombre del destinatario. Es el momento culminante de la gran ceremonia familiar. Cada uno busca ansioso su regalo. Marisa, la hija única de la familia que está estudiando quinto de Derecho, coge el pequeño paquete en el que se lee con letra clara de rotulador, su nombre.

 

     Rasga el envoltorio con las prisas y tirones con que se abren los regalos en estas celebraciones. Entretanto su mente trabaja a cien intentando adivinar lo que se esconde tras aquellos inoportunos papeles que le impiden saber de qué se trata.

 

     -Debe ser el collar de diamantes que vi en una joyería, el día que acompañé a papa a comprarse un reloj. Recuerdo que le dije lo mucho que me gustaba. Y hasta le di un beso para que no se olvidara, -piensa ilusionada-.

 

     Por fin ya tiene entre sus manos el fino estuche chapado en oro. Lo palpa y lo mira mientras ansiosa, lo hace girar entre sus manos intentando descubrir la posición exacta para abrirlo con toda solemnidad, como lo exige el momento.

 

     -¡Es precioso! -Exclama, mientras saborea anticipada-mente lo que espera hallar en su interior-.

 

     Sólo una persona está siguiendo con extrema atención todo lo que está haciendo Marisa, mientras los demás siguen enfrascados en parecida tarea que la de nuestra protagonista. Esta persona es su padre. Por la forma inusual de cómo está pendiente, algo muy especial debe haber preparado, porque de lo contrario ni se molestaría en prestar su interés por un hecho que, para él, resulta tan aburrido.

 

     Una repentina exclamación salida de la garganta de la muchacha, atrae al resto de la familia. Todos se interrogan el porqué de aquel cambio en la, hasta hacía poco, cara sonriente de Marisa que en estos momentos era recorrida por gruesas lágrimas de infelicidad, mientras sus ojos fijos y sin parpadear, no los quitaba del interior de aquel brillante y precioso estuche de oro que acaba de abrir.

 

     Se acercan todos, olvidando por el momento sus propios regalos, alertados por la extraña actitud de la chica que no para de llorar. El progenitor sigue la escena, impertérrito e internamente divertido. Ni siquiera se ha acercado para ver lo que sucede.

 

     Las miradas de todos, después de comprobar lo que había dentro del dorado estuche, se dirigen acusadoras hacia él.

    

     La hija saca su contenido y lo muestra a todos. Entre sus dedos está el sencillo "boli" de ochenta y cuatro pesetas, que ufano al verse paseado ante tan distinguido público, parece que ha ganado en esbeltez y presencia.

 

     Una risa fuerte rompe la tensión del momento. El padre, satisfecho por el efecto de su broma, saca de su bolsillo un paquete igual que el que acababa de abrir su desconsolada hija y se lo da, mientras le quita de la mano el anterior regalo-broma.

 

     -Toma -le dice-. Es algo muy especial. ¡Ábrelo!

 

     La deslumbrante pluma estilográfica hace acto de presencia. La joven la mira sin saber que decir.

 

     -Te he dicho que es un regalo especial porque sólo una joya de esta categoría y belleza, puede ser la que firme el final de tu carrera. Este año acabas Derecho y he pensado que este hecho tan importante y notorio para nuestra familia, debe ser rubricado con una estilográfica de esta clase.

 

     Se oyen "ohes" de admiración y alabanza hacia la preciosa pluma. La hija no parece muy entusiasmada.

    

     -Y como broche de oro a esa firma y fiesta de tu graduación -continúa hablando el padre-, ten este otro regalo que, a buen seguro será con el anterior, el perfecto complemento para este importante evento.

 

     El padre le entrega otro pequeño paquete que acaba de sacar del bolsillo derecho de su americana.

 

     Al abrirlo, se encuentra con el collar que ella esperaba. Su cara se ilumina de alegría, al mismo tiempo que abraza fuertemente a su padre y sus labios le dan las gracias repetidamente.

 

                                                                                  ■■■■

 

     Las fiestas de Navidad han quedado atrás. Una semana después todo ha vuelto a la normalidad. La lujosa pluma descansa olvidada en su estuche dorado, encerrada en la caja fuerte con el resto de las joyas de la familia. Nadie se acuerda de ella. Su gran valor la hace prisionera de si misma. En el silencio de su encarcelamiento, llora sola y recuerda los días de esplendor, cuando su belleza era admirada por tanta gente allá en el perdido escenario de sus triunfos pasados: el escaparate.

 

     Mejor suerte tiene "el pobre" bolígrafo. Marisa se lo dio a la mujer encargada de la limpieza de la casa. En estos momentos siente el calor y la inspiración del hijo de esta señora humilde. Es poeta y lo tiene siempre consigo. El "boli" vive feliz al percibir cómo su sangre hierve, transformándose en unos hermosos versos. Estas estrofas que pongo a continuación las acaba de escribir José, el hijo de la empleada, con la noble tinta que guarda su alma de instrumento vulgar y corriente:

 

Púrpura grana son tus labios,

fina seda, tu piel, ¡amada mía!

Todo tu ser, inspiración divina,

obra sublime salida de sus manos.

 

Viento cálido que anima las tardes del crepúsculo.

Lenguaje de las infinitas riquezas.

Espejo de las transparentes aguas cristalinas.

 

                                                           ® ® ®

 

 

 

RELATO nº 2

 

POMPAS DE JABÓN

Barcelona 1995.

-¡Mamá! ¡Mamá! -Entró corriendo Ana en el comedor, una niña de unos ocho años y medio, de apariencia despierta y decidida. Su aspecto, en aquel momento, dejaba mucho que desear porque llegaba sudorosa, su cabello despeinado y su ropa bastante sucia y arrugada. La madre al oír la voz excitada de la niña, respiró tranquila. Su padre que estaba leyendo un diario sentado en su sillón favorito, relajó el rictus de preocupación que se dibujaba en su cara. Estaban asustados porque eran las nueve menos cinco minutos de la noche, cuando su hija hacía la entrada en el comedor a todo correr. La madre había hecho más de una llamada a algunas amigas de Ana, por si sabían algo. Normalmente solía venir a casa a las cinco, cuando salía del colegio. Después se marchaba a jugar a un parque cercano. Cierto que alguna vez se había ido directamente a casa de alguna amiguita; pero aún así sabía que a las ocho, como mucho tardar, tenía que estar de vuelta.

 

-Pero hija, tu padre y yo estábamos muy preocupados por tu tardanza, -la interrumpió la madre sin poder ocultar el enfado que le había producido aquella situación. A continuación preguntó con acento severo-. ¿Se puede saber de dónde vienes tan tarde?

 

Sin darle tiempo a responder, el padre, añadió serio, muy en su papel de padre: -Sabes muy bien que tu hora máxima de llegada tiene que ser a las ocho.

 

-Además ¿has visto como vienes, Ana? -Volvió a hablar la madre al verla en aquel estado-. Parece que hayas estado de aventura por la selva...

 

-Eso, eso es lo que me ha pasado -se apresuró a decir con un aplomo y decisión que para sí querrían muchos mayores-. He estado de aventura...

 

-¿De aventura? -Interrogó el padre con no muy convencido acento-.

 

-Sí, sí; he estado de aventura -insistió, mientras corría a sentarse en el sofá grande del comedor y se ponía a jugar con su muñeca favorita. Como si hablara con ella, continuó diciendo: -Esta tarde al salir del cole, me fui al parque sola, porque ni Mary ni Montse, quisieron venir conmigo. Me puse a jugar en un columpio aprovechando que no había nadie. Casi siempre me quedo con las ganas de columpiarme un buen rato, porque o están ocupados o viene una mamá y nos echa para que se ponga su hijo pequeño.

 

Después de un buen rato, me di cuenta que sólo estaba yo. Como nadie me vigilaba hice que el columpio subiera muy alto. Lo pasaba bomba. Subía y bajaba. Subía y bajaba. De repente vi que algo muy grande venía del cielo. Dejé de columpiar y me quedé fija mirando hacia arriba. Era un enorme globo que aterrizó justo donde yo estaba.

 

                -¿Un globo? -Se oyeron a dúo las voces de sus padres, extrañados de aquella rara historia, por otro lado propia de Ana, de la que no esperaban menos-.

 

                -Sí, un globo muy grande, - afirmó sin dudarlo y para dar más realismo a su historia y la creyeran detalló-. Era un globo de color rojo. Tenía una cesta muy grande donde iba un hombre vestido de blanco brillante. Este hombre llevaba como un enorme mechero que de cuando en cuando lo encendía y luego lo volvía a apagar. Además llevaba dos letras escritas en un costado, la H y la Z...

 

                -Sí, de acuerdo, pero ¿qué pasó con el globo? -Preguntó impaciente el padre, por ver en que acababa aquella fantasía de Ana-.

 

-Me dijo que si quería subir. Yo le dije que sí y en seguida me echó una escalera hecha de cuerdas, como las de los piratas y subí adentro de la cesta. Era muy chuli y no tenía nada de miedo. El me lo preguntó pero yo le dije que no tenía miedo. Encendió el mechero de fuego que llevaba el globo y comenzó a subir y subir hasta las nubes...

 

-Ring. Ring. Ring. -El teléfono sonó interrumpiendo la historia de Ana. La madre lo cogió y al otro lado del aparato estaba la madre de Montse, una compañera nueva del colegio, que le explicó otra historia que no tenía nada que ver con la que decía su hija para justificar su tardanza. Conforme la madre de Montse le iba poniendo en antecedentes, se podía observar los cambios de cara que se iban produciendo en ella-.

 

                Cuando la madre de Ana terminó de hablar, su hija quiso continuar su historia pero intervino el padre que estaba en antecedentes, por el semblante de su mujer, que su hija había vuelto a hacer alguna de las suyas.

 

                -A ver... ¿esta vez de que se trata? -Preguntó con resignación el pobre padre temiéndose lo peor-.

 

                Ana, al ver el cariz que tomaba el asunto, optó por callar preparándose para lo que se le avecinaba.

 

                -Con que has volado en un globo... ¿eh? -continuó la madre intentando que su hija reconsiderara su historia y rectificara-.

 

                -Claro que sí. Era un globo muy grande, muy grande. En la cesta había un hombre vestido de... -intentó repetir la historia; pero su madre la interrumpió enfadada al comprobar que seguía en sus trece.

 

                -¡No mientas, Ana! Acabo de hablar con la madre de tu nueva amiga Montse y me ha dicho que estuviste con ella...

 

                -Bueno sí -reconoció tímidamente la niña-. Ella también estaba conmigo en el parque; pero como no quiso subir al globo porque es una miedica, no la nombré.

 

                La madre que estaba al corriente de la verdadera historia y precisamente no coincidía en lo más mínimo con la de su hija, se exasperó y dejándola por imposible, la riñó:

 

                -Ana, no está bien mentir. La madre de Montse me ha contado lo que habéis hecho porque tu amiga es más buena que tú y no le gusta mentir.

 

                -Chivata... -murmuró a media voz la niña.

 

-¡Ana, vete a tu habitación y te quedarás castigada sin ver la tele tres días! -Saltó muy enfadada la madre-.

 

                La niña, sin la más mínima protesta, se dirigió a su habitación. En el fondo, no le importaba mucho que la castigaran de esa manera. Ella tenía su propia televisión: una maravillosa fantasía que le hacía imaginar y vivir sus propias aventuras.

 

                -Pero bueno, explica de una vez qué es eso tan gordo que ha hecho, -preguntó el padre impaciente-.

 

                -Tu hija y su amiga compraron varios globos de esos que tienen gas dentro y vuelan. Luego, en el jardín de Montse, los ataron a un capazo y cogiendo una sábana cubrieron los globos como si fuera uno de verdad. Ana, tu ingeniosa hija -recalcó-, se metió dentro del capazo que imitaba la cesta del globo verdadero y a su pobre amiga, le tocó arrastrar todo aquello por el jardín como si volaran. El resultado fue que cuando la madre de Montse se dio cuenta, ya era tardísimo y el fruto de su juego fue que parte de las plantas que tenía, quedaron pisoteadas y en un estado penoso.

 

                -¿Y ahora que...? Tendremos que ofrecerle alguna reparación. ¿Por qué no se lo has dicho antes, cuando hablabas con ella? -Dijo el padre comprensivo-.

 

                   La madre no se hizo repetir la sugerencia de su marido. Se sentía incómoda consigo misma, pensando que quizás había sido demasiado dura con su hija. Se dirigió al final del pasillo, abrió la puerta para decir a su hija que ya podía venir, cuando... ¡Oh sorpresa! ¡Su hija no estaba!

 

                -¡José! ¡José! -Llamó alarmada a su marido-.

 

     Cuando el padre llegó a la habitación de Ana, vio, igual que su mujer, que estaba vacía. El único detalle que mostraba que había estado allí hasta hacía bien poco, era una vaso con agua y jabón disuelto para hacer pompas y por el suelo, aún quedaba el rastro de alguna que se resistía a desaparecer, junto con las gotitas de agua de otras tantas que también habían sido antes hermosas pompas de jabón. Esto era algo que le encantaba hacer a su hija. Pero... ¿qué había sucedido? ¿Por qué no estaba allí como le habían ordenado? -Se interrogaban con angustia sus padres-.

 

■■■■

 

                Cuando Ana entró en su habitación para cumplir el castigo impuesto por sus padres, se olvidó pronto de todo aquello. Para matar el tiempo, recurrió a su actividad preferida: hacer pompas de jabón. Se fue al lavabo, tomó un poco de jabón líquido y depositándolo en un vaso de plástico, lo agitó con una especie de tubo fino que hacía las veces de pajita para soplar, pero que en sus mejores tiempos había sido parte importante de un bonito bolígrafo.

 

                Encerrada en su habitación, Ana se sentó sobre la cama y comenzó su juego. Mojaba la punta del fino tubo en el líquido jabonoso que había preparado y luego soplaba con mucho cuidado, mientras vigilaba atentamente cómo crecía y crecía la pompa de jabón. Después la soltaba con un ligero movimiento de mano y la pompa emprendía tranquilo vuelo por el pequeño espacio de su habitación. Ana miraba divertida cómo se iba alejando la pompa de jabón, imaginando qué se yo cuántas fantásticas aventuras, hasta que estallaba y se convertía en una minúscula gotita. Volvía otra vez a repetir la operación y así era capaz de pasarse horas; pero he aquí que esta vez sucedió algo maravilloso.

 

          Sería la novena pompa de jabón que estaba haciendo. Soplaba y soplaba decidida a no soltarla hasta que se rompiera delante de su nariz. Quería comprobar lo grande que podía llegar a ser. Su sorpresa era mayúscula porque había sobrepasado, en mucho, el tamaño que ella consideraba grande y seguía creciendo sin romperse. Estaba maravillada y sorprendida al mismo tiempo, al ver el resultado de su experimento. Nunca había conseguido hacer una pompa tan grande y eso que lo había intentado cientos de veces. Animada por el éxito, soplaba y soplaba mientras sus ojos vigilaban con mucha atención su crecimiento, esperando que de un momento a otro estallara porque era grande como un balón de fútbol. Al cabo de un rato de hinchar e hinchar, su pompa de jabón era tan gorda que dentro de ella cabían muy bien cuatro balones de fútbol. Estaba exhausta y al detenerse para tomarse un pequeño descanso, la gran pompa se soltó y cayó al suelo rebotando lentamente mientras, ¡oh sorpresa! no dejaba de crecer y crecer a cada rebote hasta que ocupó casi toda la habitación de la niña. Esta se había arrinconado encima de la cama y la miraba con ojos desorbitados de admiración.

 

        -¡Qué alucinada; cuando lo cuente, nadie lo creerá! -Exclamó Ana entusiasmada-.

 

          Sus pensamientos fueron interrumpidos bruscamente porque la gigantesca pompa de jabón, se transformó en una gran bola brillante de la que salían unos destellos multicolores que transformaron la habitación de Ana en un lugar indescriptible. La niña cautivada por todo aquello, sintió como una atracción especial casi mágica, que la hizo levantarse y acercarse hasta la gran bola brillante. Extendió su mano para tocarla pero no notó nada; su mano penetró en su interior sin encontrar la menor resistencia. Sin detenerse, continuó avanzando atraída por una fuerza irresistible hasta que todo su cuerpo se metió dentro. Si la visión externa de la bola era maravillosa, su interior no lo era menos. El brillo ahí dentro era suave y difuso. Todo estaba como pintado de un color azul claro con una serie de matices que nunca había visto, formando como una atmósfera del mismo suave y tranquilizador color que parecía que se respiraba. Ana, en aquellos momentos, sentía como si flotara en medio de un lugar extraño y maravilloso que nunca había imaginado. Era como un mundo inmenso y en él, ocupando un parte de aquel gran espacio, había como una bien equipada cabina de mando, parecida a las que tantas veces había visto en las películas de extraterrestres. Sentado frente a una pantalla luminosa, había un ser que aparentaba más o menos la misma edad de Ana, aunque era su cabello era de un “rubio-rojo” muy intenso y toda su piel sonrosada como la de un recién nacido. Al detectar la presencia de la niña, giró sobre su asiento quedando frente a la niña, a la que le dedicó una maravillosa sonrisa, mientras le decía:

 

                -Hola Ana...-pronunció con voz melodiosa y acogedora-.

 

-¿Cómo sabes mi nombre? -Preguntó Ana sin ningún temor-.

 

                -Yo sé muchas cosas de ti y de todos los niños de la Tierra, -le contestó aquel extraño ser con aspecto de niño-.

 

                -Pero si pareces un niño como yo -añadió animada por su aspecto encantador-. Bueno, como yo... no; pero parecido, sí -rectificó, al comprobar que por su aspecto era un niño y no una niña como ella.

 

                -¡Claro! -Afirmó él, explicando a continuación-. Yo me llamo Kósmic. Soy habitante de un lejano mundo llamado Kalimac, que en vuestro idioma significa "Fantasía". En nuestro mundo todos son parecidos a mí. Allí nadie se hace mayor. Nunca dejamos de jugar porque tenemos mucha fantasía y siempre estamos imaginando cosas y más cosas. Montañas de cosas.

 

                -Yo también tengo mucha fantasía -añadió la niña abriendo mucho los ojos-.

 

                -Por eso he venido; para premiar tu rica imaginación. Porque eres de los pocos niños que aún no han perdido ese don. La mayoría de los niños de vuestro mundo se han quedado sin fantasía. Se pasan todo el tiempo libre, pegados a la televisión. No tienen tiempo de inventarse juegos y aventuras. Esa “cajita tonta”, como la llaman algunos terrícolas con sentido, les dice lo que tienen que imaginarse, lo que tienen que pensar, lo que tienen que jugar, cuándo tienen que reír y cuándo aplaudir. En cambio tú, Ana, vives tus propias aventuras y juegos, aunque a veces, los mayores no sepan valorar esa riqueza tuya  y te castiguen por lo que haces.

 

                -¿Has venido a jugar conmigo? -Preguntó con un hilo de voz Ana, impresionada por todo aquello-.

 

-Así es. Vamos a jugar a una aventura maravillosa. Te  llevaré a ver mi mundo. Viajarás a bordo de esta nave por el espacio. Pasaremos cerca de los planetas y jugaremos a contar las estrellas lejanas.

 

                -¡Qué diver! ¡Y, además,  con esta nave tan chuli! ¡Cuánto me gustaría que me vieran en el cole y, también, mis padres, para que se convencieran que todo lo que les cuento, es verdad!

 

     -¿Estás preparada para la gran fantasía?

 

                La niña movió la cabeza afirmativamente mientras se acercaba al puesto de mando, donde Kósmic le indicaba con un gesto que se sentara a su lado. Ocupó el otro asiento vacío frente a la gran pantalla que permitía ver todo el exterior con una perfección impresionante.

 

                La nave salió veloz, atravesando todo el edificio sin dejar rastro, salvo una estela brillantísima tras de ellos que tardó unos minutos en desaparecer por completo. Ana pudo ver con claridad cómo algunos vecinos habían reparado en el fenómeno y miraban hacia el cielo señalando con sus brazos en su misma dirección.

 

                -¡Oh, mira, qué pequeño se ve mi pueblo!

 

                -Nos estamos alejando a gran velocidad. Mira aquí, Ana, y dime lo que ves. -Su amigo, el extraterrestre, le señalaba una especie de semiesfera con unas franjas de diferentes colores que oscilaba del rojo al violeta, aumentado en intensidad conforme la nave aceleraba su marcha.

 

                -Veo el arco iris. Ahora está muy brillante el color naranja.

 

                -Un arco iris que marca la velocidad de mi nave, -explicó Kósmic-. Algo parecido al cuentakilómetros del coche de tu padre. Y, precisamente, este color indica que estamos volando a dos mil kilómetros por hora...

 

                -Y ahora se ha iluminado el amarillo -le interrumpió la niña, al observar el cambio de color en aquel extraño y llamativo artilugio que le había enseñado Kósmic.

 

                -Significa que la nave ha pasado de dos a tres mil kilómetros por hora. Seguiremos aumentando de velocidad según una escala universal de velocidades y colores. El siguiente color corresponderá a cinco mil kilómetros por hora, el otro a ocho mil, trece mil, veintiuno mil, treinta y cuatro mil, así hasta alcanzar una marcha tan rápida que ni se lo pueden imaginar los terrícolas.

 

                -¿Pero si no hay tantos colores? Sólo son rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, marrón y violeta. -Saltó Ana, que recordaba muy bien los nombres de los siete colores que no hacía mucho había aprendido en la escuela-.

 

                -En nuestro planeta -explicó su amigo- tenemos muchos más colores que vosotros. Ya verás lo bonito que es el mundo en el que vivo. El vuestro es muy apagado y triste para nosotros.

 

                Mientras hablaba Kósmic, Ana miraba por la gran pantalla que le iba mostrando cómo se empequeñecían las cosas mientras se alejaban a tan alta velocidad.

 

                -Veo allá abajo como el mapa de España, parecido al que está colgado en una clase de mi cole.

 

                -Es el país en el que está tu casa y tu pueblo -explicó su amigo-. Al aumentar cada vez más la velocidad y alejarnos tan velozmente, todo se va empequeñeciendo muy deprisa.

 

                -¿Y por qué pasa eso? ¿Por qué las cosas no las vemos igual que cuando las  tenemos cerca? -Disparó seguido, queriendo saber y conocer cosas tan interesantes que no entendía-.

 

                -Eso pasa porque el ojo, al mirar los objetos muy alejados, deben entrar dentro de él muchas más cosas y éste, dispone de unas lentes que las empequeñecen, de lo contrario no podríamos ver paisajes. Sería terrible. Sólo veríamos las cosas cercanas. Como dicen los mayores, sólo percibiríamos primeros planos.

 

                -¡Anda, Kósmic, estoy viendo La Tierra! Lo sé porque un día vi una película y era igual, -exclamó maravillada Ana al contemplar el globo brillante y azulado del planeta Tierra en la pantalla de la nave.

 

 La nave se iba alejando a una velocidad impresionante. Tanta, que en pocos minutos la Tierra se había reducido al tamaño de una pelota pequeña.

 

                Al cabo de un cuarto de hora, poco más o menos, habían llegado a una posición privilegiada, que más de un científico terrestre hubiera dado parte de su vida por encontrarse donde estaba en estos momentos Ana. Se veía perfectísimamente todo el Sistema Solar.

 

                -Aquella bola brillante y grande como esta nave -explicó Kósmic- es el Sol. Alrededor de ella hay otras muy pequeñas, que son los planetas. ¿Ves aquella que tiene otra bolita diminuta que la sigue como si fuera un perrito tras de su amo?

 

                -Sí la veo. Se va moviendo lentamente como las demás.

 

                -Es la Tierra y la bolita diminuta...

 

-La Luna -completó la niña con decisión ante la pausa intencionada del extraterrestre.

 

                -¡Exacto! Ya veo que eres una alumna aplicada.

 

                -¡Oh, qué bonito es todo eso! -Exclamó entusiasmada, al ver aquella maravilla, era algo así como estar en un planetario con la diferencia de que ahora era real-. Me cuesta creer que ahí, ahora mismo, estén mis padres y amigos. Es tan pequeño...

 

                -¿Te gusta, Ana?

 

                -¡Sí, mucho, mucho, mucho! -Respondió súper ilusionada-.

 

                -Fíjate bien en todo y no pierdas detalle. Cuando vuelvas a tu planeta, lo podrás contar a todos.

 

                -Seguro que no se lo creerán. Me dirán que soy una mentirosa...

 

                -Esta vez será distinto. Haremos algo para que no puedan llamarte nunca más eso tan feo que te dicen...

 

                -¡Anda, ya no veo los planetas! Nada más veo una estrella grande y muy brillante -interrumpió las últimas palabras de Kósmic, al comprobar que todo el sistema planetario había desaparecido convertido en una brillante estrella nada más.

 

                -¡Claro! Porque nuestra nave sigue alejándose a mucha velocidad. Todo el sistema solar se ha empequeñecido tanto que el Sol y los diez planetas se han convertido en una estrella más de las que, en estos momentos están brillando en el cielo, -le explicó Kósmic que estaba atento a todas las exclamaciones de asombro que constantemente decía Ana-.

 

                -Nadie diría que en aquel punto brillante, hay un planeta llamado Tierra y en él está mi casa, -añadió un poco nostálgica, mientras pensaba en voz alta-. Si han ido a mi habitación y no me han encontrado, se habrán preocupado mucho. Se creerán que me he ido porque me habían castigado. Si supieran dónde estoy ahora...

 

                -No te preocupes Ana. Se merecen un pequeño susto. En su momento, les enviaremos un mensaje, para que sepan la aventura maravillosa que estás viviendo. De esta manera, no tendrán más remedio que creer, todo lo que les cuentes.

 

                -¡Vale! -Contestó animada-. ¿Y cómo sabes el camino para ir a tu planeta? Yo todo lo veo igual -preguntó la niña con su desparpajo habitual, al ver que aparentemente estaban como náufragos en un inmenso océano, en donde los únicos puntos de referencia eran los innumerables puntos brillantes de las estrellas-.

 

                -¿Tienes miedo de que nos podamos perder?

 

                -Un poco, sí. Porque es todo tan inmenso... que me siento como una hormiguita muy pequeña, muy pequeña.

 

                -Nosotros tenemos un mapa muy perfecto de todo el universo. Y aunque para ti todo te parece igual, sin embargo las estrellas nos sirven de guía, porque son diferentes y están situadas en distintos sitios. Y como no se mueven, las utilizamos como los indicadores de las calles que tenéis en vuestras ciudades.

 

                 Mientras hablaba iluminó una pantalla que tenía delante de él. Apareció en aquel momento la imagen del cielo estrellado que estaba viendo Ana directamente mirando por una especie de ventanas que tenía la nave. La imagen del  cielo estrellado de la pantalla, comenzó a crecer hasta que dejó ver claramente un sistema solar, formado por un sol y un sólo planeta.       -Observa la pantalla. -Continuó hablando Kósmic -. Esta especie de  mapa me acaba de indicar el camino correcto para llegar a mi querida tierra que se llama, que se llama... ¿A que no te acuerdas qué nombre tiene?

 

                -Sí que me acuerdo, -saltó en seguida Ana-. Se llama Kalimac.

 

                -Buena memoria; no esperaba menos de ti -la animó, explicando seguido-. Dentro de muy poco comenzaremos a ver un diminuto globo muy brillante y girando a su alrededor un sólo planeta.

 

                -¿Por donde está?

 

                -¿Ves aquellas tres estrellas que forman un triángulo?

-Mientras hablaba Kósmic, le indicaba con la mano en la dirección que tenía que mirar a través de la gran pantalla.

 

                -¡Ah sí! ¿Son aquellas tres que tienen en el centro otra estrella más brillante y que están cerca de aquella mancha brillante en forma de caracol?

 

                -¡Exacto! La del centro es nuestro sol y lo que tú llamas mancha brillante es una galaxia en espiral.

 

                -Ahora no me acuerdo qué es una galaxia -dijo Ana haciendo un gesto muy significativo, sin dejar, por eso, de mirar en la dirección que le había indicado Kósmic-. 

 

                -Una galaxia es un sistema estelar formado por millones de estrellas o soles girando toda ella sobre si mima. Por esto es que tiene forma  de caracol…

 

                -¡Ah, sí! Se parece al remolino -saltó rápida- que hace el agua en mi bañera, cuando mi mamá saca el tapón para vaciarla.

 

-¡Excelente, Ana! Eres una niña muy inteligente y observadora, -añadió satisfecho, Kósmic y continuó -no olvides que cuando hablamos de estrellas, son soles que están tan alejados de nosotros que los vemos como puntos brillantes. Como has visto en nuestro viaje, tu Sol y sus planetas se fueron encogiendo conforme nos alejábamos hasta que se convirtieron en una estrella como las que ves que forman esas galaxias.

 

-Mira, ¿ves aquella otra galaxia en forma de espiral, pero que tiene las espiras o brazos más abiertos?

 

-¡Sí, sí! Es aquella que está a la derecha de esas estrellas que tienen forma de una cometa, -indicó con su manita en la dirección que decía-.

 

-¡Exacto! Pues tu casa y el cole -ironizó mientras sonreía-están situados en el cuarto brazo de esa espiral, comenzando por la izquierda y tomando como referencia el brazo más largo.

 

                -¿Y por qué se ve esa galaxia, que es mi casa, como si fuera una sola cosa de color blanco igual que la otra?

 

                -Por la distancia; está tan lejos, tan lejos, que da la impresión que sea como un sólo cuerpo celeste.

 

                -¡Mira! Tu estrella ha crecido -saltó, al mirar en la dirección que Kósmic le había indicado antes-. Ahora se ve como una pelota pequeña. Y veo como otra pequeñita al lado.

 

                Kalimac! -Pronunció Kósmic con un cierto acento-.

 

                -¿Es tu planeta?

 

                -Sí, es mi tierra.

 

                -¿Allí viven tus padres y tus amigos?

 

                -Me están esperando. Saben que nos estamos acercando. Mientras hablaba -explicó- he enviado un mensaje. Me han dicho que todos tienen muchas ganas de conocer a mi amiga Ana.

 

                La nave avanzaba recta en esa dirección. La velocidad tan grande que era capaz de alcanzar, le permitía llegar a cualquier punto del espacio en poco tiempo. Esto hacía que el sistema solar de Kósmic, se viera crecer y crecer muy rápidamente, conforme se iban acercando.

 

                -¡Oh que bonito y grande es tu planeta! -exclamó la niña ante el maravilloso espectáculo que ofrecía en aquellos momentos el planeta Kalimac. La nave de Kósmic se había ido aproximando por la parte contraria a su sol, porque de lo contrario su nave hubiera sido destruida por su calor inmenso.

 

                -¿Ves?, también está muy distante del sol, aunque antes parecía que estuvieran juntos.

 

                -Es por la distancia, -afirmó categórica, demostrando que aprendía rápida todo lo que le explicaba su amigo.

 

                -¡Exacto!, Ana.

 

                -Se parece a mi planeta Tierra, aunque éste nada más tiene uno y en el mío, son nueve... bueno, diez contando con el que hemos bautizado con mi nombre. ¿Por qué solamente tiene un planeta?

 

                -Buena pregunta. La respuesta es que nuestro sistema solar es muy joven. Los sistemas solares cuentan su edad por los planetas que tienen, parecido a los círculos concéntricos que aparecen cuando cortamos un tronco de un árbol y que indican, como seguro que te lo han explicado en la escuela, los años que tiene el árbol.

 

                -Entonces, la Tierra pertenece a un sol que es muy viejo porque tiene muchos planetas...

 

                -Así es, por eso la gente de la Tierra, es tan mayor y ha perdido la fantasía y la ilusión y no entiende a los niños.

 

                Mientras hablaban, la nave se iba aproximando a Kalimac. La velocidad se había reducido a la mínima, para poder entrar en la atmósfera del planeta sin riego de estrellarse contra el suelo.

 

                -¡Anda! también tenéis mares, ríos y montañas. ¡Oh! pero tienen unos colores maravillosos. En cambio, el planeta donde yo vivo, parecía todo pintado de azul. -Ana no paraba de hablar mientras sus ojos no perdían detalle de todo lo que iba apareciendo ante la escotilla-ventana de la nave que, antes de aterrizar, Kósmic había decidido dar una vuelta en torno al planeta para que Ana viera cómo era su mundo.

 

                -¿Te gusta? -Preguntó su amigo complacido al ver las reacciones espontáneas de Ana-.

 

                -¡Sí, mucho! Es como yo me imaginaba que serían los otros mundos, cuando estaba en la Tierra. Pero no veo ningún pueblo...

 

                -Sólo hay una gran ciudad. El resto de nuestro planeta es campo, en donde crecen y viven tranquilamente las plantas y animales. Con nuestras naves podemos ir al lugar más alejado en poco tiempo.

 

                -¡Ya la veo! -Exclamó al verla aparecer en el horizonte cercano-.

 

                -¿Ves aquella gran cúpula, tan brillante y de mil colores?

 

                -Sí, la que tiene una gran plaza delante.

 

                -Es el palacio principal.

 

                -Veo otras casas parecidas, aunque más pequeñas. También hay muchas plazas con árboles y plantas.

     -Son los palacios del resto de la población. Aquí todo el mundo vive en palacios. Todos somos verdaderamente iguales.

 

                -¿Y el palacio principal de quién es?

 

                -Del príncipe y la princesa. Nosotros jugamos a príncipes. Al que le toca serlo, habita por un tiempo el palacio principal. Mis padres son ahora los príncipes y ese palacio que te ha llamado la atención es mi casa.

 

                -¡Qué divertido! ¡Ojalá en la Tierra fuera lo mismo! -exclamó la niña con cierta nostalgia.

 

                La nave se había detenido en el aire, encima de una como plaza circular muy grande, en donde se veían aparcadas en los bordes de la pista muchas naves como la de Kósmic. En el centro de la gran pista circular, había como un edificio que sobresalía de la pista unos metros, terminado en una gran cúpula que comenzó a abrirse como si fuera la boca de un gran pez. Era el edificio de recepción de viajeros. Kósmic dirigió muy lentamente su nave hacía el interior de aquel edificio, descendiendo hasta posarse en medio de una gran sala. Por la parte inferior de la nave se abrió una puerta-escalera por la que descendieron los dos únicos viajeros. En la sala había mucha gente que, en silencio y llenos de curiosidad, miraban a Ana que bajaba, en aquellos momentos, por la escalerilla de la nave.

 

                Kósmic cogía a Ana de la mano y la acompañó hasta llegar frente a un niño y una niña, que destacaban por sus vistosos vestidos y las coronas que lucían sobre sus cabezas.

 

                -Bien venida a Fantasía, -le saludó la niña vestida de princesa, besando primero su oreja izquierda y luego la derecha.

 

                -Bien venido a Fantasía en nombre de todos, -se acercó el niño vestido de príncipe, besándola también del mismo modo.

 

                -¿Y tus padres no vienen a recibirnos? -preguntó Ana a su amigo que por más que miraba en todas direcciones no veía ninguna persona mayor.

 

                -¿No recuerdas que te expliqué, cuando fui a buscarte a tu casa, que aquí no envejecemos?

 

                -Sí, pero yo entendí que os hacíais mayores sin llegar a viejos.

 

                -Pues, no. ¿Ves? Los que te acaban de saludar son mis padres que, como te dije antes, les toca ser príncipes.

 

                -¡Anda, qué diver tener unos padres así!

 

                -¡Claro! Porque al ser todos niños, nos entendemos perfectamente y nuestra vida es toda y siempre un juego.

 

                -¿Y cómo es que tus padres hablan mi idioma? ¿Es que, también, tenéis escuelas, en las que hay que estudiar cosas pesadas y aburridas como en la Tierra?

 

                -Silokat makatic nor ramakan tika, tikaa, tikaaa...-habló Kósmic dirigiéndose a todos.

 

                Tikaa, tikaa, tikaaaa, -se oyó esta palabra repetida en los labios de todos, mientras reían alegremente.

 

                Al oír aquella forma de hablar, Ana miró entre extrañada y divertida.

 

                -¡No entiendo ni una palabra!

 

                -Este es nuestro idioma. Les he dicho a mis amigos que se impacientan porque quieren acercarse, que estás preguntando muchas cosas que, cuando termines de hacer tus preguntas, entonces podrán tocarte y conocerte mejor.

 

                -Ellos han respondido, tikaa, tikaa, -dijo Ana que había oído muy bien esta última palabra repetida.

 

                -Es el equivalente al ja, ja, ja, vuestro. Les ha hecho mucha gracia, la forma de hablar y preguntar que tienes.

 

                -¿Es que no me entienden?

 

                -Ana, me haces tantas preguntas a la vez que ya no sé cual tengo que responder. A ver, antes me has preguntado ¡ah, sí!, sobre las escuelas. Pues, bien, aquí no tenemos escuelas porque se aprende todo de todo. Es como tener un huerto lleno de frutas maravillosas en el que coges la que te gusta. Basta con mirar lo que nos interesa y lo aprendemos. Las cosas mismas nos lo cuentan todo y nos enseñan como son.

 

                -¡Qué bien! ¿Yo también podré aprender así?

 

                -¡Pues claro! Pero déjame que responda a tu anterior pregunta. Era que por qué mis padres hablan tu idioma. Muy sencillo. Cuando estuve en tu mundo, recogí toda la información de vuestra forma de hablar. Mediante una máquina de mi nave, que es como un  ordenador terrestre, pero mucho más avanzado, procesé todos esos datos y los envié aquí. Les ha resultado muy fácil aprender a hablarlo.

 

                -Si es tan fácil, por qué los demás...

 

                -Ana, si sigues preguntando tanto, te vas a pasar toda tu estancia en nuestro planeta sin salir de esta sala.

 

                -¡Oh, no, no, quiero salir y verlo todo! -Contestó Ana acompañando sus palabras con un gesto muy expresivo de sus brazos, que hizo reír a todos de nuevo.

 

                El padre de Kósmic alzó su mano derecha y se acercaron treinta o cuarenta entre niños y niñas, todos de un “rubio-rojo” subido y de aspectos preciosos, con una piel muy sonrosada y fina, como de seda. Por su aspecto, no se sabía quienes eran "niños-mayores" o "niños-niños". Alargaban sus manos y tocaban a Ana con mucho cuidado y delicadeza, mientras hablaban y hablaban en su lengua.

 

                Después de tan buen recibimiento, salieron a la gran plaza. Era un lugar ideado fundamental-mente para jugar sin el menor riesgo. Se combinaba la arquitectura de formas con los árboles y plantas. Por todas partes había todo tipo de artilugios para divertirse. La gran plaza era como un activo panal, en la que se apreciaba una actividad febril. Por todas partes se veían a los niños, habitantes de aquel maravilloso planeta, jugar y jugar sin parar. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando, dejaron sus juegos y los habitantes-niños se fueron acercando hasta donde estaba Ana con la comitiva principal.

 

                A Ana, lo que le maravilló de su primera visión de la ciudad y le hizo quedarse boquiabierta fue, además de los edificios y la multitud de niños que habían venido a recibirla, el ambiente. El cielo, por ejemplo, era multicolor, como cuando en la Tierra aparece en un día de lluvia un arco iris; pero como si todo ese cielo estuviera lleno de estos arcos iris. Los colores eran de una riqueza y una variedad inimaginable para los terrícolas. Además los colores se respiraban o algo parecido. Uno sentía sobre sí como si le acariciaran de diferente manera según el color que se recibía más directamente. Al mismo tiempo se percibía como un aroma imperceptible, según los colores que les rozaran. Además tenían una especial densidad de tal modo que parecía que uno flotara. Uno podía saltar o tirarse desde una altura y no le sucedía nada malo, porque caía suavemente hasta llegar al suelo.

 

                -¡Oh, oh, oh, que bonito es todo! -Exclamaba Ana mientras movía su cabeza en todas direcciones-

No pudiendo soportar tanta emoción por toda la infinidad de sensaciones nuevas que estaba viviendo en aquel planeta privilegiado, rompió a llorar de felicidad y alegría.

                           

                El tiempo para que Ana conociera el planeta de la Fantasía, había llegado a su fin. Durante su corta estancia en tan maravilloso lugar, había tenido ocasión de conocer a fondo todo lo que había en aquel planeta privilegiado y su gente. El momento de la vuelta a casa se acercaba. Kósmic, estaba un poco triste y no lo podía disimular. Se había acostumbrado a su compañía y sus especiales cualidades que la hacían adorable. En el corto tiempo de estancia, había hecho infinidad de amigos y amigas. Había jugado a todos los juegos inimaginables en la Tierra, que la poderosa imaginación de los habitantes de ese hermoso planeta siempre estaba creando.

 

                Kósmic había puesto a punto su nave y cogiendo de la mano a Ana, como cuando llegaron, se fue despidiendo de todos que habían venido a ver su salida para decirle adiós. El rostro de Ana no paraba de hacer pucheritos, acompañados de unas extrañas muecas para evitar que se le escaparan algunas lágrimas, esfuerzo inútil, porque sin poderlo evitar al fin, salían rodando por sus mejillas hasta que caían al suelo.

 

                La nave se cerró y la enorme pompa plateada se elevó lentamente, mientras Ana saludaba por la escotilla-ventana de la nave y sus ojos no paraban de llorar. Poco a poco se fueron alejando y cuando ya no se distinguía con detalle a los habitantes-niños del planeta, la nave aceleró su velocidad hasta alcanzar la fantástica marcha que les llevaría en poco tiempo de vuelta a su casa. Cuando faltaba poco y ya divisaban el disco azulado del planeta Tierra, Kósmic dijo a Ana:

 

                -Ana, llega el momento de darles aviso a tus padres y a tus amigos de tu maravilloso viaje. Todos van a conocerlo y nunca más, pondrán en duda, tus fantasías.

 

                -¿Qué vas a hacer? -preguntó la niña que no se imaginaba lo que le esperaba.

 

                -Tu gran aventura va a ser conocida en toda la tierra, para envidia de tus mayores.

 

                De repente la nave lanzó una grande y potente rayo, como el que le puso nombre al planeta nuevo y toda la Tierra se iluminó y en su cielo escribió con letras muy grandes y de colores:

 

¡ANA HA VIAJADO AL PLANETA DE LA FANTASIA!

 

                A continuación, Kósmic manipuló los satélites de comunicación terrestres para que apareciera en todos los canales de televisión del mundo, traducida a sus idiomas respectivos, una información que explicaba quién era Ana y la aventura que había realizado, junto con imágenes de ella y de su viaje.

 

                La nave se fue acercando rápida como la luz, hasta el país y la ciudad de Ana donde vivía con sus padres. Todo el mundo en aquel lugar estaba revolucionado y la gente se dirigía a la casa de Ana. Cuando la nave apareció en lo alto del cielo, una gran multitud rodeaba la casa. Por todas partes se veían cámaras de televisión y periodistas. Era la gran noticia mundial. La nave quedó flotando a pocos metros del suelo y la puerta-escalerilla de ésta se abrió lentamente. Cuando rozó el suelo, apareció en lo alto de ella, la imagen iluminada de Ana que vestida con las ropas de princesa que le había regalado Kósmic, fue descendiendo lentamente, mientras su cabeza erguida mantenía una hermosa corona que la adornaba, realzando su belleza.

 

                La presencia de Ana rompió el impresionante silencio de la multitud que, expectantes, miraban la extraña nave. Todos a una comenzaron a gritar su nombre:

 

                -¡ANA!  ¡¡ANA!! ¡¡¡ANA!!!

                -¡¡¡¡ANAAAAAAAAAAA!!!!...

 

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